Tic-Tac Tic-Tac Tic-Tac Tic-Tac el reloj insaciable que marca minuciosamente cada segundo que pasa con un entusiasmo llevado con una fuerza indescriptible, la puerta de madera y el viento que la empuja se cierra poco a poco rechinando estrepitosamente, con el fuerte golpe caen algunos objetos de decoración del living, se escucha el crujir del piso de madera con el cambio de temperaturas de la noche a la mañana, las hojas del patio se mueven de un lado a otro creando ecos de voces que no están, mis ojos cerrados más fuerte que nunca, con mi vela a un costado, esperando poder apagarla en el mismísimo momento en que se filtren las primeras luces del día tras mi ventana.
El reloj cínico (digo esto porque sé que está puesto 30 minutos atrasado) de mi madre marca las 6 AM, con lo cual su campana empieza a sonar, ágil, subo mi cortina que tanto trabajo siempre me da, lentamente pequeños rayos de luz van entrando a mi habitación, qué satisfacción.
Vivimos, a decir verdad, sobrevivimos; en una cuadra idéntica a tantas otras, de vez en vez pienso que así como un buen cocinero corta las rodajas de una legumbre con una misma exactitud, un arquitecto hizo lo mismo con este puñado de calles idénticas que en su conjunto le han dado el nombre a este barrio que se hace llamar Parque Chas.
Mi madre es una señora que, se ha quedado en el recuerdo de sus años mozos, fue modelo, ahora avejentada y todo lo que significa llevar a cuestas un poco más de seis décadas, aún se cree en ésos tiempos, se la puede ver maquillada desde las primeras horas de la mañana, vestida para una fiesta que nunca existió.
Y en cuanto a mi padre, bueno, no tengo mucho que decir apenas, lo veo algunas horas entre la mañana y la noche balbuceando algunas palabras que jamás nadie entenderá abrazado a un vaso de vino siempre fiel.
Hay noches que mi cansancio puede más aún que el empeño de aquellos ruidos y puedo conciliar el sueño, pero ahora mismo, no logro recordar cuando fue la última vez que esto sucedió.
Trabajo en la cerrajería de mi tío Mario, un hombre robusto, que en los innumerables pliegues de su frente alberga 2 pequeños ojos que poseen un brillo inusual, tristes, amargados, siempre con sus manos detrás de la espalda, como arrepentido de algo, escondiendo algún que otro pecado.
A la hora del almuerzo como es habitual hacíamos unos chorizos y morcillas en la parrillita del fondo de la cerrajería.
Hacía falta pan, con lo cual me presté para ir gentilmente.
Al salir del local, sólo por curiosidad dado que nunca lo había hecho, miré hacia el calendario, estábamos en un cálido como cualquier otro enero del 87´.
Durante la caminata, sentí constantemente la mirada de alguien posada sobre mis hombros, miraba de reojo y no lograba ver quien era, así pasaban las cuadras hasta que en un semáforo más por confusión que por valentía, miré hacia atrás.
Era él, definitivamente era él, pero a la luz del día, aquel ser que atosigaba cada una de mis noches mirándome en cada ocasión que mi puerta se entreabría por el efecto de un viento tedioso, acechándome en ésa esquina corroída por la humedad, con sus pequeños ojos brillando como el de un lince, con su boca a media abrir intentando pronunciar algo, que nunca alcanzaba.
Pero esta vez definitivamente estaba ahí, quedé petrificado viéndolo a los ojos ahora de tan cerca, algunos
Al llegar a mi casa, ya las siluetas de la luna se asomaban lentamente por mi ventana, comí poco y nada y me dispuse a echarme sobre la cama, tenía los ojos cansados, pesados, quedé dormido en un sueño profundo sin mucha dificultad.
Veía colores extraños, mezclarse y volver a separarse con un ritmo singular, gente vestida de blanco que iba, venia, me observaba, mi compañero de cuarto al que no lograba descifrarle su cara, los llamaba “los hombres-cosa”, siempre atareados aguardando llegar algun lugar, con unas inusuales piedras de colores brillantes que depositaban en nuestra comida.
Salté de mi cama con los ruidos que producían el abrir y cerrar de mi puerta con una violencia que nunca antes había percibido, el Tic-Tac resonando todo el tiempo en mi cabeza, un fuerte resoplido del viento apagó mi vela, y allí estaba él, se levantaba lentamente con movimientos seguros de aquel rincón, mirándome fijo, su mueca burlona se iba dejando ver, y la palidez de su piel se hacia ahora visible, se paró frente a mi cama, mi cara desfigurada, temblando, buscando con mis dedos algo con qué defenderme tirándolo todo, él que se iba acercando, recuerdo que saltó hacia mi, luego un grito, un destello de colores, después, silencio.
Desperté en un cuarto pequeño con cuatro paredes blancas, muy blancas, creo que por aquella razón, mis ojos ardían, unos doctores iban y venían con su uniforme a tono con el color que me rodeaba, iban y venían.
De repente alguien irrumpió en mi habitación cortando como con un cuchillo aquel silencio del que sin darme cuenta yo y mi respiración, éramos parte.
Abriéndose la puerta se dejó vislumbrar unos rizos dorados con una cara frágil y gentil de aspecto muy jovial, cargando entre sus manos cuatro pastillas de diversos colores, sin pormenores en un tono imperativo exclamó:
-Cuanto trabajo das vos, ya hace 5 años que estás acá y siempre lo mismo, tomate esas pastillas rápido que me tengo que ir, dale.
Desconcertado ante aquella situación, si tan sólo había entrado en el día de ayer, le pregunté el año.
-Cuantas veces te tengo que repetir lo mismo?, 15 de diciembre de 1967.
Abrumado tomé las pastillas, un susurro alcanzó mis oídos, me giré y era él.
-Los hombres-cosa Rodrigo…
Y nuevamente Tic-Tac Tic-Tac Tic-Tac.
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