PINTADA 29/1

domingo, 23 de enero de 2011

Dos historias, un día, mi memoria.

Siento pena por mi papá, por todo lo que tiene y no sabe aprovechar.
Hoy me lo crucé antes que se valla al bar y cargaban sus ojos el fracaso en su más pleno estado y la soledad de sentirse un incomprendido. Sólo; en un barco sin marineros ni tripulante alguno. Al verlo también fuí preso de un sentimiento extraño, tuve miedo de llegar a ser algún día como él...

Cuando volvió ya todo era muy tarde y esta vez una pena enorme invadió de manera efectiva los espacios más recónditos de mi pecho dejando un frío helado de esos que rara vez se encuentran en algún paisaje terrenal. Un espacio también vacío, vacío y árido.

Tomé una caja de cigarrillos, que aún contenía la mitad de ellos, un abrigo y algunas monedas. Lo justo para emprender un viaje que durara toda la noche afín de poder esclarecer y sacar a relucir algún que otro pensamiento en concreto.
Era un lunes, antes de salir miré el reloj de la cocina y la aguja perezosa con sueño marcaba la una en punto de la mañana.
Mis pupilas se hacían pesadas pero podían más aún mis ganas de recorrer una Buenos Aires dormida rodeada de un silencio infinito el cual creía que sólo lo interrumpirían el eco de mis pasos.

Al recorrer algunas cuadras varias y salirme de mi barrio, dirigiendo mis pasos hacia el viejo Palermo me encontré con un mundo nuevo, un mundo de lunes por la madrugada. "Mientras la ciudad duermen los locos viven" rezaba un dicho de mi abuela, no en vano.
Pude descubrir que al menos el ochenta porciento de los transeúntes que deambulan en este horario son del género masculino, pero más allá de los géneros a todos estaban unidos en un punto. Sus ojos.

Supe reconocer y encontrar en cada destello de su vista, en cada oportunidad que se cruzaron mis ojos y los de ellos, como si fuera una analogía el sentir que escapaban de algo, escapábamos de algo, de algún pasado, algún futuro, un presente, seguramente.
Todos llevábamos en silencio en nuestro semblante el recuerdo de un fracaso, nos estábamos dirigiendo enmudecidos hacia el abismo sin ánimo alguno de cambiar el rumbo.

Me encontré con un personaje de esos que pocos se ven, su nombre era/es ( no podría otorgar datos precisos de su paradero actualmente) Octavio ( tiempo después me lo volvería a cruzar en diferentes circunstancias que me ocuparé de relatar en otro texto ), en la delgada linea que separa el iris de sus ojos y sus pupilas parecía que escondía más de mil historias, siempre llevaba sosteniendo entre sus labios la palabra justa y entre sus manos una botella de un vino del cual por desconfiar de su procedencia al ofrecerme, me negué.

Tanto él como yo, habia una sola cosa que nos sobraba en aquel momento y era justamente, tiempo. Con lo cual me senté en un banco de la plaza Las Heras y comenzó a contarme historias, mitos de todo tipo que valla a saber uno qué viento los habia traido hasta este personaje que se hacía llamar Octavio aunque, en realidad siquiera él mismo podía recordar ni cuando ni como ni donde y muchos menos en qué momento había nacido.

De todas aquellas historias que me comentó, relataré una en esta oportunidad:

---º

En un paraje extraño plagado de arrabales donde Dios aún no se ha ocupado en ponerle nombre a las cosas que lo habitan, cada mañana a la misma hora un pescador se encontraba fiel como un soldado al pie de la trinchera con su caña.
Al llegar a los 10 peces, que era lo necesario para alimentarse tanto a él como a su familia, se retiraba a paso lento hacia su cabaña, la misma estaba compuesta por su hija Milagros del Tesoro y por su hijo Benjamín ya que su mujer al nacer el niño había fallecido de una hemorragia severa( comprenderás lector que en tiempos aquellos los saberes médicos eran precarios y escasos).

Así como aquel pescador se encontraba todos los días a la misma hora en el preciso mismo lugar, también lo hacían los demás habitantes, tras pasar algunos años de que esta acción formase parte de una rutina, se acercó un tal Luis Enrique Velez Sarfield, uno de los hombres más ricos del pueblo quien habia estado observando durante todo este tiempo al actor principal de esta historia.

Acercose y preguntole:

.- Disculpa que me entromezca en tus asuntos pero llevo algún tiempo observandote cuando vengo hacia el río y tu accionar siempre es el mismo. Tras pescar la suma de 10 peces te retirás del trabajo y no regresas hasta el otro día.
¿ Porqué no te quedas unas horas más y aparte de los 10 peces que necesitas para vivir, consigues unos 40 más por día y los vendes? Así en aproximadamente un año conseguirás comprar un bote.

Sin siquiera pensarlo un segundo el pescador le respondió con un

.-¿Para qué quisiera tener un bote?

.- Bueno es muy simple, respondió Velez, con un bote lograrías adentrarte un poco más en el río y podrías conseguir el doble de los peces que puedas pescar aquí en la orilla y en medio año podrías comprar otro bote y poner gente a tu cargo.

El pescador sin ánimos de ofenderlo le volvio a responder de la misma manera con que lo habia hecho la primera vez

.-¿ Para qué quisiera tener 2 botes y gente a mi cargo?

.- Al tener gente a tu cargo y 2 botes podrías en menos de dos años tener una gran flota de embarcaciones y talvez llegarías a construir un barco con lo que llegarías al Océano de manera práctica y ahí si que está la gran ganancia, tu me comprendes...

Al terminar esta breve charla el pescador ya tenía dentro de su balde los 10 peces necesarios y comenzó a guardar todo prolijamente, sólo antes de marcharse le contestó.

.- ¿Para qué quisiera yo tener botes, gente a mi cargo, barcos si con mis 10 peces por día no sólo soy feliz yo, sino que también mis hijos? La simpleza no es el punto de partida sino, el de llegada.

Tras decir estas breves palabras el pescador se perdió entre la neblina característica que poseen los puertos y Vélez no pudo hacer más que tomarse la cara con sus manos y llorar.

---º

Luego de terminar esta historia, Octavio, también se levantó para irse sin decir adiós.
La luna ya se había retirado y ahora me encontraba mano a mano con el sol quien no hacía más que enceguecerme con sus rayos desde allí arriba. Comprendí que era tarde y encaminé mis pasos hacia mi casa.

En cuanto a mi papá; ojalá algun día cambie, lo esperaré.

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